26.2.07

79th Academy Awards
Fue la noche de Martin Scorsese no porque 'Infiltrados' sea la película del año, sino porque la Academia se lo debía, de ahí la entusiasta entrega de la platea al premiado, como diciendo "ya era hora, te lo mereces" Quinielas cumplidas en cambio para mejor actriz y actor (aunque pese a ello Hellen Mirren estuviera tan nerviosa que subió al escenario con el bolso en una mano y un pendiente rebelde en la otra) Whittaker empezó genial su discurso, aunque luego fue subiendo el tono hasta desembocar en el tan original "God bless you!!"
La que se ha vendido como la edición más latina de la historia otorgó a 'El laberinto del fauno' sólo tres de sus muchas candidaturas, pero las categorías en las que se premió son una excelente señal de la calidad y el éxito de la película. Las expectativas puestas en Babel e Iñárritu no fraguaron.
Ellen DeGeneres estuvo, sobre todo, breve; cáustica, irónica, más intelectual, pero para bien o para mal, apenas apareció. Tuvo momentos brillantes con Scorsese (deslizándole inocentemente un guión) y Spielberg (advirtiéndole de que por favor enfocara bien al tomarle una foto con Eastwood)
Quejarse de que fue larga estaría totalmente fuera de lugar, siempre es demasiado larga y quizá así es como debe ser una megagalaconmáximaexpectacióninternacionalentorno, pero sí me han sorprendido comentarios referentes al escaso contenido político de la ceremonia: estamos tan acostumbrados al discurso que el hecho de que aplaudieran a Al Gore durante minutos y minutos y de que DeGeneres lo presentara como "el presidente al que los americanos SÍ votaron" sabe a poco.
Genial el "momento Meryl", imitando a su personaje en 'El diablo viste de Prada', con una mirada reprobadora y una seriedad pétrea en primer plano mientras sus pupilas (Anne Hathaway y Emily Blunt) presentaban atolondradas el Oscar al mejor vestuario.
Y finalmente: qué envidia de dinero para producir un evento de forma siempre tan agradable.

21.2.07

Literatura, cine y antropología en la construcción de imaginarios: Las Hurdes.
De un mito argentino a otro de lo que se ha dado en llamar la España profunda, pero que en realidad supera lo nacional para convertirse en un mito mundial de la miseria, “Las Hurdes”, o que incluso va más allá para situarse en un espacio extraño y complejo. Ningún documental ha trascendido el tiempo como lo ha hecho la “Tierra sin pan” de Buñuel, ni ha suscitado reacciones tan intensas por parte de estudiosos y espectadores.
El efecto que provoca “Las Hurdes” proviene, como señala el Doctor Miguel Herráez, de su densidad: la cantidad y rareza de dramas contenidos en un metraje tan corto desconcierta y abruma. La voluntad de Buñuel de superar el realismo lleva “Las Hurdes” al superrealismo y de esta forma a conectar con el surrealismo, género máximo de su obra; el realismo de la película documental es tan crudo y bello al mismo tiempo que supera a la propia realidad para generar una forma tan única como su fondo.
La mayoría de las escenas del mito creado por Buñuel, que perseguía una clara intención etnográfica pero manipulada en favor de un ideario creativo que ya sabemos singular, en las que posan cretinos, enanos, palúdicos, muertos de hambre rodeados de una nada paupérrima, fueron provocadas…son “falsas”, en realidad. Buñuel untó de miel al burro para que lo devoraran las abejas, y disparó a la cabra para que se despeñara, y colocó al cerdo bebiendo en el riachuelo justo unos metros más arriba que el par de niños haciendo lo propio, y también fue quien dio vino al enfermo de paludismo para que temblara más frente a la cámara a la hora de filmar.
Para Herráez, el principal problema ético de “Las Hurdes” es de cualquier forma la ausencia de un espacio que dé voz a los hurdanos, el hecho de que el director se acercase a los protagonistas como los antiguos conquistadores a los bárbaros. Quizá sea cierto, quizá lo primero pierda importancia si se tiene en cuenta el poderoso legado histórico (exagerado o no) y artístico (incomparable, en el sentido más literal de la palabra) que dejó para siempre Buñuel.

20.2.07

Literatura, cine y antropología en la construcción de imaginarios: la Patagonia (II)
En el documental “Una mirada sobre la Patagonia, los jóvenes muestran su rebeldía ante los valores de raza transmitidos desde la Conquista. Las nuevas generaciones latinoamericanas se encuentran sumergidas tan de pleno en la reivindicación de las raíces indias que parece un asunto ya superado, aunque en realidad quede mucho por hacer. La recuperación de la lengua indígena es uno de los principales puntales de este movimiento, en el que la escuela aparece como un instrumento fundamental de cambio. También la discriminación hacia los que por rasgos son claramente mestizos sigue dándose en determinados ámbitos y momentos, cuando, tal como apuntó el periodista y catedrático Luís Veres, cualquier hispano que proclamara ahora su “pureza de sangre” debería ser tenido como un demente.
Sin embargo, la sedición contra modelos heredados no conlleva necesariamente una superación total de prejuicios y tópicos, con lo que los jóvenes que lideran la reparación de lo olvidado adoptan al mismo tiempo discursos transmitidos erróneos: caen a pesar de sus buenas intenciones en el maniqueísmo, sacralizando al indio y demonizando al español. La revisión histórica es un proceso doloroso, pero si se afronta, debería hacerse desde la precisión y no desde el resentimiento.
Es curioso que en Hispanoamérica se siga llamando Día de la Raza a nuestro Día de la Hispanidad. En España, conscientes de que la deuda histórica, pese a superada, continúa hiriendo sensibilidades, y del peligro de usar en vano algo tan arcaico y connotado como la raza, hace medio siglo que convertimos esa fecha en otro motivo de celebración, el de los lazos de cooperación creciente entre los hispanohablantes a ambos lados del Atlántico. Es lógico que muchos latinos no deseen celebrar el día en que los indios fueron arrasados por los colonizadores, pero ¿hasta qué punto depende sólo de ellos la superación de ese imaginario doloroso?

19.2.07

Literatura, cine y antropología en la construcción de imaginarios: la Patagonia.
‘Historias mínimas’ (Carlos Sorín, 2005) es una película modesta que por su calidad fue candidata a numerosos premios de cine internacionales y que recorrió buena parte de los festivales en el año en que se estrenó. Las historias a las que hace mención el título (intrascendentes, mínimas) son tres, y se desarrollan de forma paralela para ir entrecruzándose, según la estructura que ha hecho célebre a otro latinoamericano, González Iñárritu, a través de un nexo común: la Patagonia, tierra de ficción.
La vastedad del corazón de la Argentina más mitológica obliga a Sorín a firmar una road movie, aunque el director aclare que en realidad no se puede llamar a su película como tal, precisamente por no ser fruto de una intención estructural o estética sino de una necesidad. Ninguno de los actores que participan en ‘Historias mínimas’, a excepción de dos, es profesional, pero (o gracias a ello) las realidades que representan (intrascendentes y mínimas) no pueden contener mayor verdad, ni transmitir mayor emoción. Las historias de personajes a los que sólo la compasión puede convertir en héroes cautiva a los amantes del cine; eso es algo que ya sabemos y sin embargo jamás desmerece un agradecimiento. El abuelo en busca de su expiación, la muchacha que se interna por primera vez en las mentiras de la tele para participar en un concurso, y el enamorado de un pastel imposible para una mujer apenas entrevista, transitan durante kilómetros y kilómetros de árida línea recta a través de la conciencia del espectador para oprimirle el corazón con suavidad y arrancarle más de una sonrisa (que, en mitad de un drama esperanzado, puede ser la sonrisa más compasiva posible)
Huéspedes recurrentes


El MuVIM presenta un recorrido por los hoteles más famosos de la ficción a través de los carteles de veinticinco ilustradores.
Quizá porque aparecen desde el exterior como tranquilos lugares de paso, los hoteles han servido a numerosos artistas a lo largo del tiempo de enclaves donde situar las historias de sus novelas, películas y canciones. De entre la imaginería que suscitan, dos símbolos destacan por su fuerza: las lujosas hostelerías donde los personajes se divierten, enamoran y continúan su camino y, sobre todo, las pensiones sórdidas que encierran gritos de terror entre las paredes para quienes se atreven a estampar su nombre en el registro.
Veinticinco ilustradores han pernoctado en veinticinco hoteles de ficción, y de la experiencia de su estancia surge ahora “Los hoteles de la imaginación”, una exposición que se celebra en el MuVIM del 7 de febrero al 15 de abril y en la que un grupo de profesionales de la ilustración de todo el mundo presenta una colección de carteles inspirados en los hoteles más célebres del arte.
El punto de partida es el “Admiral Benbow Inn”, la vieja taberna de finales del XVIII presidida por un retrato del almirante de “La isla del tesoro” de Stevenson, uno de los máximos exponentes de la literatura de viajes y aventuras, y continúa a través del motel de terror por excelencia, con una vieja mansión victoriana en lo alto de una colina: el “Bates Motel” de “Psicosis”. La mayoría de las ilustraciones contienen guiños a las historias en las que se basan, desde los más obvios, como la fachada con los rasgos de Groucho del “White Way Hotel” basado en “El hotel de los líos” de los Hermanos Marx, hasta los más sugerentes, como el laberinto de setos que aparece en la etiqueta del “Hotel Overlook”, escenario final y asfixiante del film de Kubrick “El resplandor”.
Para quienes no consideren una buena carta de presentación lemas como “para un día o para toda la vida”, del “Hotel Earle” de los Hermanos Cohen, existen otras alternativas. La sofisticación del cartel del “Gran Hotel” permite a sus huéspedes “mirar y dejarse mirar”, y el “Beau Rivage” garantiza un lujo acorde con la dama de alta sociedad dibujada en su etiqueta. La exposición también incluye hoteles tan originales como el “Hotel existencia” de los “Brooklyn Foolies” de Auster, que “sólo existe en la mente” y pensado “para quienes no pueden vivir su vida en la realidad”.
Fritz Lang, Borges, John Irving y otros autores contemporáneos sirven a una nueva generación de artistas para invitar a un viaje real o imaginario a través de modelos de la ficción condensados en ilustraciones art decó, abstractas, a modo de collage, coloridas o premonitoriamente fúnebres, y la mayoría con el sabor nostálgico de los antiguos carteles publicitarios. “Los hoteles de la imaginación” permite un viaje por la memoria para acumular en la maleta, como los viajeros tradicionales, las etiquetas de los hoteles en los que nos hospedamos y, así, mostrarlas en nuestro equipaje como prueba de una dilatada experiencia.