3.11.05

Tierra de colinas huérfana


Dos luces centellearon en la oscuridad y se apagaron en el interior de sus estómagos. Se clavaban las navajas en sendas almas. Quietas, estáticas, sólo el mango y la mano de cada asesino al descubierto. Temblaban sus rodillas, resollaban sus pulmones heridos de muerte; las piernas sin fuerza de Boijo y de Rasnikva iban cediendo al peso de sus cuerpos desfallecientes, sin perder de vista los ojos a pocos centímetros del atacante, fuera de sus órbitas. Boijo se había abalanzado sobre el joven Fireyed dispuesto a solventar el duelo cuanto antes: asiendo su garra de metal con la seguridad del psicópata, corrió bramando la escasa distancia que les separaba y asestó el último golpe. Había cumplido con su deber, el mandato de su amada Dieborn, pero tuvo que pagar el grave precio del acero de Fireyed. Un nuevo episodio de odio y barbarie se había escrito en aquellas tierras de muerte, la Historia maldita se ampliaba una vez más para la eternidad y se seguiría ampliando. Boijo Madman, rescatado por Los Últimos Aventureros, alcohólico y desquiciado de amor; y Rasnikva Fireyed, descendiente de húngaros, salvaje violador y padre de dos criaturas, una fallecida y otra en camino, cayeron desangrados sobre el herbaje ámbar de la Colina de la Calavera resolviendo sus propios destinos y los de otros seres cercanos: los destinos de Sara Dieborn y su criatura muerta al nacer, y los de Nicola Outbeterblud y el bebé en su vientre. Dejaron de latir los corazones, se cerraron los párpados de los ojos y soltaron los puñales las manos que los dirigían, ahora flácidas y frías. Todo estaba cumplido. (Extracto de Tierra de colinas huérfana) (A. F.)

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