3.11.05

Castabule y el libro de ninfas

I
Bajó la mirada y vio a la sexta sirena. Estaba morada e hinchada, enredada en una mortaja de algas resbaladizas. Castabule mudó su sonrisa en una mueca de espanto. Las cinco sirenas rieron como cortesanas. Intentó salir del agua, que era amarilla, pero la sexta sirena lo agarró por el tobillo. Castabule gritó y las cinco sirenas rieron más, para luego sumergirse lentamente en su propio reflejo y desaparecer. La sirena muerta fue subiendo por las piernas de Castabule, y conforme salió a la superficie, fue transformándose en una beldad de rizos de henna y ojos esmeralda. Le hizo el amor y luego se despidió:
- En el arte se encuentra la verdad que cada cual busca- susurró con su mirada fija en la de él. Pronto recuperó su forma natural, inflada e inerte, enredada en su vestido de plantas acuáticas para la eternidad.
II
De no supo dónde surgió un grupo de cuatro niños, vestidos en tonos alegres, royendo con sus dientecitos afilados una mazorca de maíz tostado. Los observó confundido y curioso, hasta que los cuatro niños miraron al cielo al mismo tiempo, serios y expectantes. En cuestión de segundos cayó un hada desde una hélice de astros y se precipitó contra el círculo de tiza –yo también caí, se dijo-. Los niños la ayudaron a levantarse, la rodearon sin dejar de mirarla, le arrancaron las alas y luego la apedrearon hasta que murió. Cuando Castabule se acercó, el hada exhaló su último aliento diciéndole:- El arte nos revela los secretos que buscamos- Tras esto, vislumbró dos torrentes de gusanos en dirección al cuerpo del hada y huyó corriendo.
III
Subieron a la hereje a un pedestal de madera rodeado de una falda de ramas a modo de hoguera. Gritaba y gritaba, y Castabule se ahogaba de horror. Una paloma blanca con un ramillete de olivo entre el pico surcó un océano partido en dos y se posó sobre una gárgola de la catedral. Las agujas del campanario marcaron uno, dos, tres segundos, la paloma descendió en picado, soltó de sus garras un pergamino incendiado y quemó viva a la hechicera. Antes de que la superficie se volviera a tragar a la multitud excitada, el fantasma de la bruja, un espectro de llagas y rostro de gelatina, se plantó ante Castabule:- Ésta y no otra es la senda hacia la magia libertadora del arte- dijo mientras se ahogaba, señalando un camino que se fue dibujando sobre el azafrán (Extracto de Castabule y el libro de ninfas) (A. F.)

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