Viajar desde la habitación
Siempre he dicho que lo que más echo de menos son lugares y personas que todavía no he conocido. Es muy reconfortante pensar en los viajes y experiencias que a uno le aguardan en la agenda invisible y desconocida que llamamos futuro. Cerrar los ojos e imaginar nuevos espacios, ciudades, paisajes… alivia el dolor de la cotidianeidad. Sería algo así como desplegar un abanico de colores en la imagen monocolor del día a día. Pero hacer un viaje no siempre es fácil, ni siquiera resulta posible para mucha gente. Por eso algunos hemos tenido la suerte de descubrir placeres como los libros de viaje. Digo suerte porque yo no creo que la gente no lea porque no disfrute con la lectura, sino porque nadie les ha puesto un libro entre las manos y les ha enseñado a ver más allá de la tinta y el papel. Porque, tras un lunes de aburridas clases o de trabajo en la oficina, ¿a quién puede no apetecerle subir en un pequeño bote y recorrer el Amazonas, extasiado de color, vida y aventura? ¿O descubrir los placeres al paladar y al oído que aguarda un abarrotado zoco árabe bajo un sol que derrite el alma? Nada más apetecible, ¿no es verdad? La literatura de viajes es tan antigua como la propia literatura, porque en realidad la literatura siempre implica un viaje. La Odisea, la Ilíada, la Eneida, lo que conocemos como primeras grandes novelas, ofrecen al lector viajes maravillosos. Después, en mi biblioteca, estarían las novelas de aventuras del XIX, que surgen en el contexto de la euforia exploratoria y conolianista de la Inglaterra victoriana, con Kipling, Conrad, Stevenson…novelas donde la idea del traslado, del recorrido de un lugar conocido y seguro a otro donde aguardan las más temibles amenazas, es leit motiv.
Y finalmente los libros de viajes actuales, ya mucho más cercanos al periodismo, reportajes en los que el escritor describe las experiencias que le ocurren en el lugar al que se ha desplazado. En estos libros son fundamentales una buena capacidad descriptiva y un amplio conocimiento de la historia y cultura del destino. Cuanto mayores sean éstos, más bueno será el libro y más disfrutará el lector. En mi casa ahora vivimos una especie de fiebre por Javier Reverte, un excelente viajero-contador que cuenta en su pasado, por el que cualquier “proyecto de periodista” como yo siente una enorme sana envidia, con viajes por toda África, el Amazonas, América, reflejados en reportajes y novelas de gran éxito además. Así que, mientras no podamos, por una razón u otra, emprender fascinantes viajes, visitar otras ciudades, adentrarnos en otros bosques, escuchar nuevos acentos y respirar otros ambientes, es un alivio recordar que con sólo abrir un libro, nuestras habitaciones salen por la ventana, se elevan hacia el cielo, y nos llevan adonde pidamos sin nada a cambio más allá de un poco de tiempo e ilusión.
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