1.11.06

fOtOgRàFiCa06 (Valencia)
I
Lección de hoy: ir de museos o exposiciones no sirve tanto para aprender como para averiguar qué no se sabe, con lo que uno sale con preguntas en el aire, como por ejemplo: ¿por qué es importante Duchamp?, ¿qué es concretamente el dadaísmo?, ¿Juan Gris, era pintor, verdad?, ¿qué pasó con "Don Juan", hijo de Alfonso XIII?, ¿se exilió?, ¿por qué? Ir de museos sirve también para convencerse de que ir de museos con la adecuada compañía es la mejor elección para un día regalado pero inútil en mitad de la semana.
II
Fundamental es responder, si no la lección no sirve de nada: Duchamp fue un artista dadaísta francés de gran influencia en el arte de vanguardia del XX; "Rueda de bicicleta" es una de sus obras más populares -mi amigo italiano Marco dixit y tenía razón-. El dadaísmo es la expresión de una protesta nihilista contra la totalidad de los aspectos de la cultura occidental, en especial contra el militarismo; el absurdo y lo irracional son sus señas de identidad. Juan Gris era pintor, claro, maestro del cubismo, además. Juan de Borbón no se exilió por Franco, faltaría más, sino que nació en el exilio porque su padre Alfonso XIII había tenido que marcharse de España tras la proclamación de la II República. Fue Franco quien permitió volver a los Borbones para que Juan Carlos le sucediera.
Nunca te acostarás sin saber...que no tienes ni idea de nada.

30.10.06

Cartelera Otoñal: lo raro, el futuro y Scorsese

Otoño no trae de momento, para decepción de los románticos, nubes, bosques amarillentos ni cambio de ropa, pero consuela con una cartelera a la que casi no se puede dar abasto (a los que les sobren tiempo y sobre todo dinero, enhorabuena; yo en cambio tengo que recurrir a sesiones 2x1, esto es, pago y veo una película y acto seguido me cuelo en otra, haciendo uso de mi ¿gran talento? para el disimulo y despiste del personal; ilegal, pero…¿acaso no es el cine para los rebeldes?)
Pequeña Miss Sunshine es una de esas pocas comedias pero cada vez más de moda (en la línea de Los Tenenbaum, por ejemplo) sobre una familia norteamericana desquiciada con la que se contraataca a la repelente familia norteamericana feliz. Personajes: abuelo cocainómano, adolescente que ha decidido no hablar y sólo lee a Nietzsche, padre fracasado obsesionado con el éxito, y niña barrigona decidida a ganar un concurso de belleza infantil lleno de niñas-esperpento que juegan a ser adultas top models. Género: una road movie con toques de humor negro y un guión lúcido en el que pierde la insensatez de la realidad tópica de pastel de cumpleaños y gana la humanidad de lo raro y problemático, tan cercano al fin y al cabo.
Hijos de los hombres plantea una idea perversa: un futuro en el que las mujeres no pueden concebir, y en el que el ser humano vivo más joven cuenta con 18 años. Londres, una de las pocas ciudades que aún funcionan, está asolada por el terrorismo, y en medio de un caos estremecedor aparece una llave a la esperanza, una mujer inmigrante embarazada de ocho meses. Las posibilidades que este hallazgo plantea son claras, la redención puede estar a un paso, pero en este contexto la semilla para una nueva humanidad es también un instrumento de poder deseable que puede desbaratar el milagro…La película de Alfonso Cuarón es verosímil gracias a una puesta en escena que no recuerda a la ciencia ficción y el futurismo, sino a cualquier guerra contemporánea y a conflictos que hoy por hoy ocupan los periódicos, con lo que consigue una capacidad de sugestión y concienciación en el espectador muy poderosa.
Infiltrados es el gran estreno de la temporada (la vuelta de Scorsese siempre es un acontecimiento para la prensa, y esta vez ha coincidido con la vuelta de otro neoyorquino célebre, Woody Allen, con lo que se suceden los reportajes Scorsese-Allen) Lo mejor es su ritmo rápido y magistral, una dirección que continúa revalidando la celebridad de quien la firma, aunque Infiltrados se acerque más a una película entretenida que a una obra maestra como Casino. Un inteligente juego de espejos e identidades entre dos mundos que tan bien casan en el cine, la mafia (Nicholson simplemente tiene que aparecer en plano para resultar brillante, en éste y en cualquier otro título) y la policía.

21.3.06

Fahrenheit 451

Fahrenheit 451 es, si la memoria no me falla, mi primer libro de ciencia ficción, un género que no consta entre mis preferidos, aunque antepongo el criterio de calidad e innovación a la hora de elegir mi próxima lectura a cualquier género concreto. Soy más de autores que de géneros, pero de cualquier modo lo que estoy experimentando en el presente año de mis 20 años es una voluntad de conocer autores clásicos y libros importantes de la literatura, así que más o menos esta es la forma en que llegué a una de las más populares novelas de Ray Bradbury cuando menos me lo esperaba. Primera conclusión: en 175 páginas me he desprendido del prejuicio de que el género puede condicionar la calidad, esto es, que entre el neorrealismo urbano, por ejemplo, necesariamente encontraré mejores libros que en la ciencia ficción. Sí, lo reconozco, yo lo tenía. Pensaba que en la ciencia ficción el autor se preocuparía mucho más por inventarse aparatos del futuro sorprendentes y fascinantes para freaks de la tecnología que en trazar con buen estilo una trama con contenido. Desde luego en Fahrenheit 451 no ocurre esto: el marco futurista en que se desarrolla la historia es una excusa para hacer válido y verosímil el argumento; una gracia añadida, jugosa pero secundaria. Y el estilo es el propio de un gran autor: Bradbury domina la acción tanto como los sentimientos de su protagonista; el lenguaje es original, rico, tanto como la estructura, y se adecúa con dominio del autor a los personajes y al tiempo de la trama.

Aclaradas mis dudas, voy a lo importante, que es lo interesantísima que resulta la propuesta de Bradbury: en un futuro terrible, los libros son un producto prohibido por el gobierno y que los propios ciudadanos abominan, entregados como están a la diversión y la autosatisfacción inmediatas. Nada de información, nada de preocupaciones, de realidad y poesía que nos disgusten y nos arruinen el día, ése es el empeñó de la gente y al que responde beneficiado el poder. Las casas y edificios son ahora completamente ignífugos, y los bomberos, perdida su primitiva función, son un órgano al servicio del gobierno que quema y hace desaparecer los libros y hogares de los lectores, convertidos en criminales. Entre ese cuerpo de bomberos, Montag, el protagonista, empieza a preguntarse por su labor, cae en el camino sin retorno de la duda, abre los ojos, y se rebela. Para ello contará con la ayuda de un pequeño grupo de personajes marginales que le infundirá las esperanzas de, quizá, conseguir cambiar algo..
La novela es una reflexión sin desperdicio sobre los errores constantes de la humanidad, como la guerra, que aparece en Fahrenheit, frente al conocimiento y el recuerdo que ofrecen los libros; sobre la sociedad de la tecnología y la imagen frente a los beneficios de la verdadera comunicación. Un alegato humilde, nada pretencioso y acertadísimo de freno y vuelta a los valores humanizantes, a la amistad, la palabra, la naturaleza..., que recomiendo con ganas por lo dicho: genial contenido y continente en un género que prometo tener más en cuenta.

Para interesados: "Fahrenheit 451", Ray Bradbury (no llega a 7 euros en "Debolsillo") Y más Bradbury en "Zen en el arte de escribir", en la que habla de sí mismo y de la gestación de sus obras ("Minotauro")

16.2.06

Buenas noches, y, sobre todo, buena suerte

Los medios de comunicación, en especial la televisión, se plantearon en clave comercial y privada en los EE. UU. desde su nacimiento, aunque sin desvincularlos de una voluntad de servicio público, algo que en Europa tardó más en llegar. A muchos espectadores de ‘Buenas noches, y buena suerte’ les sorprenderá cuán de actualidad es el problema planteado en la película, cuán transferible es el debate sobre la libertad e independencia de los periodistas frente a los intereses económicos y políticos que mueven los hilos de los grandes grupos, pero el conflicto es consustancial al medio desde su origen. Los medios privados, como insisto lo han sido en EE. UU. desde siempre, tienen dos funciones: la de servicio público y la de entretenimiento, ocio y espectáculo, al contrario que los medios de titularidad pública, a los que en principio sólo se les debe exigir la primera. Esa doble finalidad, ejemplarizada en el seno de la mítica CBS, está muy bien reproducida en la última de Clooney. Un grupo de valientes periodistas (o simplemente: un grupo de periodistas que sienten que deben actuar como tales) encabezados por el también popular Ed Murrow, plantan cara a las presiones políticas, igual de fuertes pero quizá más temibles por el momento histórico en el que actuaban, y emiten varios reportajes poniendo en clara duda las actividades y métodos del senador McCarthy en su “caza de brujas”. Se arriesgan y consiguen grandes resultados, aunque tengan que pagar cierto precio, porque ningún gran poder mueve ficha sin dar algo a cambio, pero eso ya lo descubriréis en la película…
La censura sobrevuela cada mínimo movimiento de los periodistas a lo largo de la película, como una maza que puede acabar con todo en cualquier momento, y si eso no ocurre es, además y en primerísimo lugar del firme compromiso con la verdad de los periodistas, gracias al director de la cadena, cómplice de esa misma responsabilidad para con sus trabajadores y para con la audiencia. El resultado de todo ello es un alegato entusiasta a favor de la libertad de expresión y de la dignidad de la profesión y la televisión (y no puedo dejar de hacer una especial mención a dos cosas: las lúcidas y emocionantes locuciones a cámara de Murrow; y el valor documental del film, con imágenes de archivo reales)
Hoy los términos en que se plantea el debate son los mismos, pero aumentan los males y las incertidumbres. Priman más que nunca los intereses económicos. Desde los 80 con Reagan, empezó un camino sin retorno hacia la desregulación y la concentración: los medios se aglutinan bajo el cetro de unos pocos grupos, con lo que tanto los periodistas perdemos en independencia y capacidad de crítica como los espectadores en recibir información plural y de calidad. Ben Bagdikian, en ‘The Media Monopoly’, exponía ya en 1983 que unas cincuenta multinacionales, vinculadas a otras megaempresas y bancos internacionales, controlaban la parte más importante del enorme mercado de la comunicación. En 2003, sólo diez grandes empresas dominaban el sector, y en la actualidad, el número se sigue reduciendo.
El panorama no es bueno, pero tampoco me gusta que se dramatice en exceso (de todas formas, ¿qué no está hoy en día terriblemente amenazado?). Puedo demostrar a quien quiera que cientos de periodistas en todo el mundo siguen sintiendo un gran compromiso con la verdad, y trabajan por ella; que tenemos a nuestro alcance periódicos de gran calidad y que en ellos podemos encontrar cada día espacios de muy buen periodismo, al igual que en muchas emisoras de radio; y que en la televisión, la más enferma, podemos entresacar, si hacemos un buen uso del mando, pequeños espacios útiles, informativos, de buen gusto…y, claro, entretenidos. Estoy convencido de que hay muchos Ed Murrows repartidos por todo el mundo, aunque unos cuantos ogros enormes y feos les hagan sombra. Pongamos todos un poco de luz y los veremos.

14.2.06

Tolerancia


Ángeles Espinosa, toda una autoridad del periodismo español en temas árabes a la que sigo y admiro, escribía hace unos días en EL PAÍS que en realidad el número de iraníes que protesta con violencia por la ofensa de las viñetas de Mahoma es reducido. La periodista, enviada especial para el periódico en la última Guerra de Irak y ahora desplazada a Irán, constata en el artículo que es cierto que una gran mayoría de la población se siente agraviada por unas caricaturas que considera blasfemas, pero que son apenas unos cientos los que han respondido con ataques a las embajadas y demás manifestaciones radicales. A pesar de este tipo de informaciones, o quizá porque no llegan con tanta fuerza como lo hacen las informaciones de violentos disturbios al ciudadano, es común oír estos días en la sociedad ataques e insultos a veces muy agresivos hacia los musulmanes como colectivo homogéneo, cayendo en el error de no distinguir entre fanáticos y entre musulmanes tan pacíficos y respetuosos como nosotros nos enorgullecemos de ser. Le escuché estos días a una analista decir que cada vez hay un mayor distanciamiento entre el islamismo radical y la cultura árabe, milenaria defensora de la paz y la tolerancia entre los pueblos. Nuestra sociedad en cambio no es consciente de esta diferenciación, y lleva el camino de culpabilizar a todos los musulmanes, más y más presentes en los países occidentales, de los comportamientos salvajes que llenan los informativos de todo el mundo. Los medios de comunicación deberían a partir de ahora mismo ofrecer espacios, como el de Ángeles Espinosa en EL PAÍS, en los que se nos permita entender mejor la verdadera naturaleza de los acontecimientos. Es cierto, como todos sabemos, que los medios tienden a acudir al conflicto, y en la medida en que este existe está claro que debe ser cubierto informativamente y ser ofrecido al ciudadano; pero los medios no deben olvidar su papel casi exclusivo en la construcción de la visión del mundo de la sociedad, y es importante que acudan ahora más que nunca a expertos, analistas, y periodistas testigos directos de lo que ocurre en los países en los que están desplazados, para permitirnos comprender que la generalización en el proceso de culpabilización al fanatismo al que asistimos, no sólo es equivocado sino que puede desembocar en un mayor odio e incomprensión entre occidentales y orientales.

Viajar desde la habitación

Siempre he dicho que lo que más echo de menos son lugares y personas que todavía no he conocido. Es muy reconfortante pensar en los viajes y experiencias que a uno le aguardan en la agenda invisible y desconocida que llamamos futuro. Cerrar los ojos e imaginar nuevos espacios, ciudades, paisajes… alivia el dolor de la cotidianeidad. Sería algo así como desplegar un abanico de colores en la imagen monocolor del día a día. Pero hacer un viaje no siempre es fácil, ni siquiera resulta posible para mucha gente. Por eso algunos hemos tenido la suerte de descubrir placeres como los libros de viaje. Digo suerte porque yo no creo que la gente no lea porque no disfrute con la lectura, sino porque nadie les ha puesto un libro entre las manos y les ha enseñado a ver más allá de la tinta y el papel. Porque, tras un lunes de aburridas clases o de trabajo en la oficina, ¿a quién puede no apetecerle subir en un pequeño bote y recorrer el Amazonas, extasiado de color, vida y aventura? ¿O descubrir los placeres al paladar y al oído que aguarda un abarrotado zoco árabe bajo un sol que derrite el alma? Nada más apetecible, ¿no es verdad? La literatura de viajes es tan antigua como la propia literatura, porque en realidad la literatura siempre implica un viaje. La Odisea, la Ilíada, la Eneida, lo que conocemos como primeras grandes novelas, ofrecen al lector viajes maravillosos. Después, en mi biblioteca, estarían las novelas de aventuras del XIX, que surgen en el contexto de la euforia exploratoria y conolianista de la Inglaterra victoriana, con Kipling, Conrad, Stevenson…novelas donde la idea del traslado, del recorrido de un lugar conocido y seguro a otro donde aguardan las más temibles amenazas, es leit motiv.

Y finalmente los libros de viajes actuales, ya mucho más cercanos al periodismo, reportajes en los que el escritor describe las experiencias que le ocurren en el lugar al que se ha desplazado. En estos libros son fundamentales una buena capacidad descriptiva y un amplio conocimiento de la historia y cultura del destino. Cuanto mayores sean éstos, más bueno será el libro y más disfrutará el lector. En mi casa ahora vivimos una especie de fiebre por Javier Reverte, un excelente viajero-contador que cuenta en su pasado, por el que cualquier “proyecto de periodista” como yo siente una enorme sana envidia, con viajes por toda África, el Amazonas, América, reflejados en reportajes y novelas de gran éxito además. Así que, mientras no podamos, por una razón u otra, emprender fascinantes viajes, visitar otras ciudades, adentrarnos en otros bosques, escuchar nuevos acentos y respirar otros ambientes, es un alivio recordar que con sólo abrir un libro, nuestras habitaciones salen por la ventana, se elevan hacia el cielo, y nos llevan adonde pidamos sin nada a cambio más allá de un poco de tiempo e ilusión.