1.11.06
30.10.06
Otoño no trae de momento, para decepción de los románticos, nubes, bosques amarillentos ni cambio de ropa, pero consuela con una cartelera a la que casi no se puede dar abasto (a los que les sobren tiempo y sobre todo dinero, enhorabuena; yo en cambio tengo que recurrir a sesiones 2x1, esto es, pago y veo una película y acto seguido me cuelo en otra, haciendo uso de mi ¿gran talento? para el disimulo y despiste del personal; ilegal, pero…¿acaso no es el cine para los rebeldes?)
Pequeña Miss Sunshine es una de esas pocas comedias pero cada vez más de moda (en la línea de Los Tenenbaum, por ejemplo) sobre una familia norteamericana desquiciada con la que se contraataca a la repelente familia norteamericana feliz. Personajes: abuelo cocainómano, adolescente que ha decidido no hablar y sólo lee a Nietzsche, padre fracasado obsesionado con el éxito, y niña barrigona decidida a ganar un concurso de belleza infantil lleno de niñas-esperpento que juegan a ser adultas top models. Género: una road movie con toques de humor negro y un guión lúcido en el que pierde la insensatez de la realidad tópica de pastel de cumpleaños y gana la humanidad de lo raro y problemático, tan cercano al fin y al cabo.
Hijos de los hombres plantea una idea perversa: un futuro en el que las mujeres no pueden concebir, y en el que el ser humano vivo más joven cuenta con 18 años. Londres, una de las pocas ciudades que aún funcionan, está asolada por el terrorismo, y en medio de un caos estremecedor aparece una llave a la esperanza, una mujer inmigrante embarazada de ocho meses. Las posibilidades que este hallazgo plantea son claras, la redención puede estar a un paso, pero en este contexto la semilla para una nueva humanidad es también un instrumento de poder deseable que puede desbaratar el milagro…La película de Alfonso Cuarón es verosímil gracias a una puesta en escena que no recuerda a la ciencia ficción y el futurismo, sino a cualquier guerra contemporánea y a conflictos que hoy por hoy ocupan los periódicos, con lo que consigue una capacidad de sugestión y concienciación en el espectador muy poderosa.
Infiltrados es el gran estreno de la temporada (la vuelta de Scorsese siempre es un acontecimiento para la prensa, y esta vez ha coincidido con la vuelta de otro neoyorquino célebre, Woody Allen, con lo que se suceden los reportajes Scorsese-Allen) Lo mejor es su ritmo rápido y magistral, una dirección que continúa revalidando la celebridad de quien la firma, aunque Infiltrados se acerque más a una película entretenida que a una obra maestra como Casino. Un inteligente juego de espejos e identidades entre dos mundos que tan bien casan en el cine, la mafia (Nicholson simplemente tiene que aparecer en plano para resultar brillante, en éste y en cualquier otro título) y la policía.
21.3.06
Fahrenheit 451 es, si la memoria no me falla, mi primer libro de ciencia ficción, un género que no consta entre mis preferidos, aunque antepongo el criterio de calidad e innovación a la hora de elegir mi próxima lectura a cualquier género concreto. Soy más de autores que de géneros, pero de cualquier modo lo que estoy experimentando en el presente año de mis 20 años es una voluntad de conocer autores clásicos y libros importantes de la literatura, así que más o menos esta es la forma en que llegué a una de las más populares novelas de Ray Bradbury cuando menos me lo esperaba. Primera conclusión: en 175 páginas me he desprendido del prejuicio de que el género puede condicionar la calidad, esto es, que entre el neorrealismo urbano, por ejemplo, necesariamente encontraré mejores libros que en la ciencia ficción. Sí, lo reconozco, yo lo tenía. Pensaba que en la ciencia ficción el autor se preocuparía mucho más por inventarse aparatos del futuro sorprendentes y fascinantes para freaks de la tecnología que en trazar con buen estilo una trama con contenido. Desde luego en Fahrenheit 451 no ocurre esto: el marco futurista en que se desarrolla la historia es una excusa para hacer válido y verosímil el argumento; una gracia añadida, jugosa pero secundaria. Y el estilo es el propio de un gran autor: Bradbury domina la acción tanto como los sentimientos de su protagonista; el lenguaje es original, rico, tanto como la estructura, y se adecúa con dominio del autor a los personajes y al tiempo de la trama.
Aclaradas mis dudas, voy a lo importante, que es lo interesantísima que resulta la propuesta de Bradbury: en un futuro terrible, los libros son un producto prohibido por el gobierno y que los propios ciudadanos abominan, entregados como están a la diversión y la autosatisfacción inmediatas. Nada de información, nada de preocupaciones, de realidad y poesía que nos disgusten y nos arruinen el día, ése es el empeñó de la gente y al que responde beneficiado el poder. Las casas y edificios son ahora completamente ignífugos, y los bomberos, perdida su primitiva función, son un órgano al servicio del gobierno que quema y hace desaparecer los libros y hogares de los lectores, convertidos en criminales. Entre ese cuerpo de bomberos, Montag, el protagonista, empieza a preguntarse por su labor, cae en el camino sin retorno de la duda, abre los ojos, y se rebela. Para ello contará con la ayuda de un pequeño grupo de personajes marginales que le infundirá las esperanzas de, quizá, conseguir cambiar algo..
La novela es una reflexión sin desperdicio sobre los errores constantes de la humanidad, como la guerra, que aparece en Fahrenheit, frente al conocimiento y el recuerdo que ofrecen los libros; sobre la sociedad de la tecnología y la imagen frente a los beneficios de la verdadera comunicación. Un alegato humilde, nada pretencioso y acertadísimo de freno y vuelta a los valores humanizantes, a la amistad, la palabra, la naturaleza..., que recomiendo con ganas por lo dicho: genial contenido y continente en un género que prometo tener más en cuenta.
Para interesados: "Fahrenheit 451", Ray Bradbury (no llega a 7 euros en "Debolsillo") Y más Bradbury en "Zen en el arte de escribir", en la que habla de sí mismo y de la gestación de sus obras ("Minotauro")
16.2.06
Los medios de comunicación, en especial la televisión, se plantearon en clave comercial y privada en los EE. UU. desde su nacimiento, aunque sin desvincularlos de una voluntad de servicio público, algo que en Europa tardó más en llegar. A muchos espectadores de ‘Buenas noches, y buena suerte’ les sorprenderá cuán de actualidad es el problema planteado en la película, cuán transferible es el debate sobre la libertad e independencia de los periodistas frente a los intereses económicos y políticos que mueven los hilos de los grandes grupos, pero el conflicto es consustancial al medio desde su origen. Los medios privados, como insisto lo han sido en EE. UU. desde siempre, tienen dos funciones: la de servicio público y la de entretenimiento, ocio y espectáculo, al contrario que los medios de titularidad pública, a los que en principio sólo se les debe exigir la primera. Esa doble finalidad, ejemplarizada en el seno de la mítica CBS, está muy bien reproducida en la última de Clooney. Un grupo de valientes periodistas (o simplemente: un grupo de periodistas que sienten que deben actuar como tales) encabezados por el también popular Ed Murrow, plantan cara a las presiones políticas, igual de fuertes pero quizá más temibles por el momento histórico en el que actuaban, y emiten varios reportajes poniendo en clara duda las actividades y métodos del senador McCarthy en su “caza de brujas”. Se arriesgan y consiguen grandes resultados, aunque tengan que pagar cierto precio, porque ningún gran poder mueve ficha sin dar algo a cambio, pero eso ya lo descubriréis en la película…
La censura sobrevuela cada mínimo movimiento de los periodistas a lo largo de la película, como una maza que puede acabar con todo en cualquier momento, y si eso no ocurre es, además y en primerísimo lugar del firme compromiso con la verdad de los periodistas, gracias al director de la cadena, cómplice de esa misma responsabilidad para con sus trabajadores y para con la audiencia. El resultado de todo ello es un alegato entusiasta a favor de la libertad de expresión y de la dignidad de la profesión y la televisión (y no puedo dejar de hacer una especial mención a dos cosas: las lúcidas y emocionantes locuciones a cámara de Murrow; y el valor documental del film, con imágenes de archivo reales)
Hoy los términos en que se plantea el debate son los mismos, pero aumentan los males y las incertidumbres. Priman más que nunca los intereses económicos. Desde los 80 con Reagan, empezó un camino sin retorno hacia la desregulación y la concentración: los medios se aglutinan bajo el cetro de unos pocos grupos, con lo que tanto los periodistas perdemos en independencia y capacidad de crítica como los espectadores en recibir información plural y de calidad. Ben Bagdikian, en ‘The Media Monopoly’, exponía ya en 1983 que unas cincuenta multinacionales, vinculadas a otras megaempresas y bancos internacionales, controlaban la parte más importante del enorme mercado de la comunicación. En 2003, sólo diez grandes empresas dominaban el sector, y en la actualidad, el número se sigue reduciendo.
El panorama no es bueno, pero tampoco me gusta que se dramatice en exceso (de todas formas, ¿qué no está hoy en día terriblemente amenazado?). Puedo demostrar a quien quiera que cientos de periodistas en todo el mundo siguen sintiendo un gran compromiso con la verdad, y trabajan por ella; que tenemos a nuestro alcance periódicos de gran calidad y que en ellos podemos encontrar cada día espacios de muy buen periodismo, al igual que en muchas emisoras de radio; y que en la televisión, la más enferma, podemos entresacar, si hacemos un buen uso del mando, pequeños espacios útiles, informativos, de buen gusto…y, claro, entretenidos. Estoy convencido de que hay muchos Ed Murrows repartidos por todo el mundo, aunque unos cuantos ogros enormes y feos les hagan sombra. Pongamos todos un poco de luz y los veremos.
14.2.06

Y finalmente los libros de viajes actuales, ya mucho más cercanos al periodismo, reportajes en los que el escritor describe las experiencias que le ocurren en el lugar al que se ha desplazado. En estos libros son fundamentales una buena capacidad descriptiva y un amplio conocimiento de la historia y cultura del destino. Cuanto mayores sean éstos, más bueno será el libro y más disfrutará el lector. En mi casa ahora vivimos una especie de fiebre por Javier Reverte, un excelente viajero-contador que cuenta en su pasado, por el que cualquier “proyecto de periodista” como yo siente una enorme sana envidia, con viajes por toda África, el Amazonas, América, reflejados en reportajes y novelas de gran éxito además. Así que, mientras no podamos, por una razón u otra, emprender fascinantes viajes, visitar otras ciudades, adentrarnos en otros bosques, escuchar nuevos acentos y respirar otros ambientes, es un alivio recordar que con sólo abrir un libro, nuestras habitaciones salen por la ventana, se elevan hacia el cielo, y nos llevan adonde pidamos sin nada a cambio más allá de un poco de tiempo e ilusión.
